Los libros son hospitalarios y nos permiten soportar los exilios que marcan todas las vidas, pensarlos, construir nuestras casas interiores, inventar un hilo conductor en nuestras historias, reescribirlas día tras día. Y algunas veces nos empujan a atravesar océanos, al otorgarnos el deseo y la fuerza para descubrir paisajes, rostros nunca vistos, tierras en las que tal vez serán posibles otras cosas, otros encuentros.
Abramos pues las ventanas, abramos los libros.
Cómo otras veces en esta entrada no pretendo dar mucha información ni decir nada nuevo, sí mostrar mi visión, cómo y qué cosas consideramos importantes en El bosque de Gulubú, y los libros lo son, las historias lo son,...pero, ¿de qué manera? No son los libros en sí mismos, ni las historias, sino muchas veces es cómo son contados, y por quien, en qué contexto y qué emociones nos despiertan.
Hace poco revisamos con mis hermanos cajas llenas de libros y revistas de cuando eramos niños, fue increíble como empezamos a exclamar: ¡ahhh, te acordás de éste? ¡ ayy, éste me gustaba mucho!!, todas aquellas imágenes que aparentemente teníamos olvidadas nos reactivaron un montón de recuerdos de historias leídas, contadas y de historias propias vividas entorno a esos cuentos y sobre todo las emociones, el cariño y la ternura de nuestros primeros libritos, las imágenes que nos asustaban, las historias que nos entristecían aunque supiéramos que terminarían bien,...Mis hermanos recordaban más unos libros y yo otros, cada uno tenía sus favoritos, los que más leía o los que más nos gustaban.
Hay otras historias que no quedaron en papel, pero son las que recuerdo con más cariño, son las que me contaba mi papá por la noche. No todas las noches, eran noches especiales, en las que después de pedirle por dias, ¿te pensaste un cuentito inventado para explicarme? llegaba con emoción la noche del cuento. Eran historias de animalitos casi siempre, bichitos, hormigas, castores, ratones,...eran cuentos que hablaban de resolver problemas juntos, de ayudarse, de luchar contra lo que es injusto, ...Pero lo más importante, eran contadas envueltas de afecto, de noche, en la cama, acompañadas de gestos con las manos que a veces terminaban en cosquillas. Eran contadas con amor y por eso llegaba el mensaje y por eso las recuerdo y por eso yo también le cuento historias inventadas a mi hija. Son las historias contadas con amor las que ayudan a crear mundos, a fijar las bases de un mundo afectivo sólido sobre el que crecer seguro. Y nos ayudan a establecer vínculos y lazos sólidos.
Por supuesto que también ayudan a crear un hábito, pero no vale, no sirve si sólo les leemos porque es bueno, para que se acostumbre a leer, para que aprenda a estudiar mejor, para que sea más listo, para que se duerma antes,...no, si nosotros no disfrutamos contando la historia, o mirando el libro con ellos, no es lo mismo. Y créanme ellos saben detectar perfectamente si leemos apurados o aburridos o pensando en otra cosa:
-¿Me lo estás contando con ganas? -inquiere recelosamente el niño cuando está escuchando un cuento que ha pedido él, en esos tramos en que el relato decae, acusando síntomas de distracción o apatía por parte de la persona que se lo cuenta.
Teme, y con fundada razón, que ese narrador ocasional pueda tener prisa o estar reclamado por uno de los múltiples agobios que con tanta frecuencia tejen una invisible red sobre la fisonomía de los adultos y oscurecen su ceño. El niño tiene una predisposición intuitiva e inmediata para registrar semejantes distracciones y es incapaz de tolerarlas de buen grado, porque siente que afectan a la materia misma de lo que se está narrando.
PARA DESCUBRIR QUÉ HAY MÁS ALLÁ, LOS LIBROS
No se puede concebir una escuela basada en la actividad del niño, en su espíritu e investigación, en su creatividad, si no se coloca a la imaginación en el lugar que merece en la educación. Lo que implica que el educador animador cuenta entre sus tareas con la de estimular la imaginación de los niños, de liberarle de las cadenas que precozmente le crean
Antes del primer año de vida, podríamos decir que el niño es un lector poético o, más exactamente, un oidor poético. Su experiencia de lectura ha estado profundamente ligada al afecto y le ha enseñado mucho sobre los usos poéticos del lenguaje, es decir, sobre su función expresiva. Por ejemplo, ha aprendido sin saber a qué horas, que las palabras cantan, suenan y tienen ritmo; que sirven de arrullos para dormir, que acompañan, que quitan las sombras e incluso que tienen usos insospechados como hacer llover, salir el sol o curar el dolor. El aprendizaje poético que se da en el primer año de vida no habla de ritmo ni de métrica ni de rima, pero habla de la esencia de la poesía que es esa posibilidad de trascender la vida real, de transformar los significados literales de la comunicación utilitaria para crear otros universos connotativos en los que las palabras adquieren otros valores, otros significados, otras sonoridades.
Luego, cuando el niño se sienta, aparecen los primeros libros de imágenes. Son libros sencillos, quizás sin palabras, que cuentan historias o muestran objetos cercanos a la experiencia de ese niño pequeño. Nuevamente, son los padres y otros adultos cercanos quienes introducen al niño en ese otro orden simbólico, que es el mundo de los libros. Un padre o una madre que sientan a su bebé en las piernas mientras le leen un libro de imágenes, dicen muchas cosas sobre la lectura. Dicen, por ejemplo, que las ilustraciones, esas figuras bidimensionales parecidas a la realidad, no son la realidad. Pero que, en esa convención cultural que es el libro, son “como si” lo fueran pues representan la realidad. Ese “como si”, que es la esencia de lo simbólico, se aprende en las rodillas de alguien más experto que va nombrando el mundo conocido, atrapado y sintetizado en unos dibujos: “Mira a mamá. Mira a mamá con el bebé...” Y a medida que la voz adulta da nombre a las páginas que pasa, enseña que las historias se organizan en un espacio: de izquierda a derecha, para el caso de nuestra cultura occidental. Ese discurrir que se da siempre en la misma dirección será luego el espacio de la lectura alfabética, eso que los maestros de preescolar llaman “la direccionalidad” en sus ejercicios de aprestamiento. El niño al que otros han leído lo aprende sin necesidad de ningún ejercicio. Lo deduce de todas esas horas pasadas hojeando sus libros preferidos y comprende también que pasar las páginas es pasar el tiempo, que empieza y termina y que cuenta una historia durante ese transcurrir.
Muchas veces no consideramos la poesía como un género infantil y nos equivocamos. Hay todo un mundo de poemas para niños, al final, la poesía es jugar con las palabras ¿y quienes son los expertos en jugar?
La poesía juega con la musicalidad y el humor, estimula la imaginación y la sensibilidad. Es bella y divertida, pero a muchos eso no les basta, pués también es útil: sirve para ejercitar la memoria, ampliar vocabulario, y ayuda a comprender situaciones emocionales complejas, mejorando su crecimiento interior.
Son una especie de abuelas
que viven en el sofá
tejen los cuentos de lana
que luego nos contarán.
Con un libro en tu mano, no habrá fronteras que te detengan ni sueños que no puedas alcanzar."
.-Pipo Pescador-.
aquest conte s'acabat!
Derechos de los niños a la lectura: http://i-elanor.typepad.com/photos/derechos_del_nio_a_la_lec/index.html
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