El bosque de Gulubú

El bosque de Gulubú
Sarah Preston

"¿Ustedes vieron esos libros-sorpresa que cuando uno los abre aparecen figuritas de pie?

Bueno, igualito es el bosque de Gulubú. Como las marionetas dormidas. Uno le tira de los hilos y ellas se ponen de pie, bailan y se mueven.

El bosque de Gulubú está planchado en el suelo, y cuando su dueño tira de los alambres, los árboles y los yuyos y las casitas y los bichos aparecen todos como diciendo:

Aquí estamos. Estábamos jugando a la escondida. "(...)


"Por eso, si ustedes alguna vez encuentran detrás de un árbol, o detrás de cualquier cosa, a un inspector enanote y sabihondo que les dice que no es posible que existan un enanito y 7 Blancanieves, o que no es posible que exista cualquier cosa linda, ustedes pueden contestarle:

–Sí señor, existe, en el bosque de Gulubú."


Dailan Kifki

Maria Elena Walsh






domingo, 19 de junio de 2016

Parqueando


Parquear, según el diccionario significa aparcar, estacionar...pero para nuestras familias parquear tiene un significado muy distinto que poco o nada tiene que ver con quedarse quieto, estacionado, sino más bien lo contrario. 

Mónica Carretero

Parquear, recorrer los parques siguiendo el ritmo y las ganas de jugar, correr, trepar, tierra, saltar, más tierra...es una actividad muy movida y cansada. Parquear cuando se hace en compañía de otras mamás además es una  terapia, desahogo, consulta, aprendizaje, consuelo, ...y muchas cosas más que siempre quedan interrumpidas por que nuestra atención no deja de estar en nuestros pequeños parqueadores intrépidos.

Jennifer Black Reinhardt

Inma es una mamá de una gulubita ocasional, Julia. Con ellas hemos compartido tardes de parque y encuentros en el bosque de Gulubú, tenemos muchas conversaciones interrumpidas y algunos cafés pendientes. Le pedí que escribiera algo para el blog y ha conseguido ponerle palabras a unas vivencias que seguro son familiares para muchas de nosotras, gracias Inma por compartirlas.


Ahora que no estoy

Cuando Paula me pidió que escribiese un artículo para “El bosque de Gulubú” ya me estaba despidiendo y de hecho se me hace extrañísimo escribir sobre la maternidad estando fuera de Reus. Mi hija ha nacido en esta ciudad, dio sus primeros pasos en la Plaza Mercadal, con ella he recorrido mañana y tarde todos sus parques y estoy segura que no sería la madre que soy sin haber vivido los casi tres años y medio de mi hija allí y sin haber conocido a las personas que por mi vida han pasado en este tiempo. De todas he aprendido algo nuevo, y me han ayudado a vivir este tiempo de infancia con cariño, con tranquilidad y con una perspectiva hacia los niños que antes no tenía.


Cuando de niña o jovencita pensaba de manera abstracta en tener hijos, en ser mamá, tenía como todas supongo una imagen bastante edulcorada de esta etapa vital. Nunca me imaginé que sería así. Y cuando digo “así” me refiero a tan sola. Me pilló fuera de mi familia raíz y aunque tenía (tengo) pareja, sus compromisos laborales le dejaban bastante fuera de juego en cuanto a la crianza diaria. ¿Qué hizo esto? Que me abriese de par en par al espacio que me rodeaba: al barrio cercano y no tan cercano, a los parques, a la biblioteca. A buscar la compañía y las experiencias de otras madres, aunque no las conociese previamente, a encontrar a Paula, a MariCruz, a Mar. Esta apertura dejó en mí un nuevo verbo: “parquear”, que no sé de dónde salió originariamente, si nació en el Bosque de Gulubú o lo escuché o lo leí en cualquier lado. Pero en mí quedó y forma parte de mi vocabulario habitual, como “callejear” o “pasear”. Lo uso con alegría porque de hecho parquear es una de las actividades que más me gusta realizar con Júlia, e intento no perder el hábito ni en lo más crudo del crudo invierno. Me gusta (a veces me aterroriza, confieso) verla trepar, comprobar cómo crece y experimenta. Sorprenderme al ver que cada vez salta cada vez más alto, o más rápido o es más hábil alcanzando esa barra que antes me parecía que estaba altísima. Parqueando conocemos todos los perros del barrio; parqueando Júlia ayuda a los niños más pequeños a abrir el botón de la fuente (para desesperación de otras madres me temo). Juega con arena, con tierra y se pone perdida (y a mí me encanta). Tampoco pierdo de vista el contacto humano tan cálido que se produce en estos lugares: las veces que he llegado a un parque sintiéndome un poco sola y, en cambio, he salido cargada de energía porque sin darme cuenta, compartiendo galletas-un coscorrón-una tirita, grandes y pequeños hemos hecho amigos y hemos vivido una tarde preciosa.




El hecho de criar sola me enseñó también a medir mis fuerzas y a controlar los tiempos. A sentirme y a reconocer mi estado anímico a la primera; de manera que me perdonase si alguna vez me sentía cansada, dolorida o irritada. Por supuesto, a no pagarlo con mi hija y a buscar alternativas de aprendizaje que ese día no conllevase un desgaste excesivo. Comprender que el trabajo intelectual, por las altas dosis de soledad que necesita, está intrínsecamente reñido con el jolgorio de los niños. Así que dejé de frustrarme tontamente cuando debía prepararme clases, corregir o leer y Júlia me reclamaba. Los tiempos había que medirlos para no crear interferencias ni estrés. Y esto también lo aprendí aquí.

Ahora que no estoy en Reus, me doy cuenta que criar fuera tuvo su lado luminoso. Me forzó y me fuerza a salir de mi zona de comodidad y me ha motivado a buscar lugares de encuentro en mi propia casa que antes permanecían ocultos por mi comodidad.

Gracias, Paula, por estar ahí :)
 

Inma Calvo



Buenas ideas para parquear:
Guia de parques infantiles naturales