Molly Walsh |
por Camilla Hoshino
Las sábanas se transformaron en paredes, hojas de plátano protegen de la lluvia y cualquier puñado de tierra puede transformarse en alimento. Todo es posible cuando se trata de la imaginación de los niños. En ese paisaje encantador de la infancia, el olor de la comida recién cocida puede sentirse por todo el ambiente. Todos se mueven y experimentan papeles, pues los sentidos dados a las acciones son inagotables. De los ladrillos que construyen la fantasía, en los mínimos detalles, surgen casas enteras, listas para recibir cualquier visita. Entre sin pedir permiso y siéntase a gusto. Jugar a la casita es una invitación universal.
Jugar es mucho más que una forma de pasar el tiempo, un verbo que forma parte de la gramática cultural de la infancia. Se revela como un medio de expresión, un puente para el diálogo con otras personas, una posibilidad de conocerse, desarrollarse y dar alas a la imaginación. Al final, "jugar es un lenguaje humano", como resume la asesora pedagógica del área de educación y Cultura de la Infancia del Alana, Raquel Franzim.
Del vocabulario que nace en los más diversos tipos de interacciones del juego, un sustantivo se destaca: la casa. O mejor, casita, un juego bastante popular y tradicional, de norte a sur del país, entre habitantes del campo y de la ciudad, de varios orígenes culturales. Como explica Franzim, el simbolismo de la casa está atado a las tareas de edificar, de construir, de abrigarse y habitar.
"La construcción de la casa es también un espacio de esparcimiento. Las casas son lugares de acogida de sí mismos y del otro, territorios de vínculos y cuidado. Es un lugar de intimidad."
¿El juego tiene género?
Las etiquetas de "juguetes para niñas" y "juguetes para niños" forman parte de las construcciones de estereotipos de género y han sido cada vez más debatidos y cuestionados. A pesar de que estos papeles son reforzados por la industria de juguetes, de acuerdo con Raquel Fanzim, los juegos de los niños son posibilidades de reinvención de sentido. "No podemos ver el juego de los niños como una reproducción literal de la vida en sociedad", afirma.
Para ella, al escoger los propios juegos, el niño tiene la oportunidad de experimentar diversas formas de estar en el mundo, vivir papeles, sentimientos, gestos y movimientos. "Al escoger el juego que tiene más sentido para ella, el niño se adentra en el campo del imaginario. Por eso, los límites y contornos sociales se mezclan, se diluyen, se ensanchan o incluso son cuestionados.
Al adentrarse en el universo de los juegos de niños y niñas en una escuela municipal de educación infantil, la pedagoga y doctora por la Facultad de Educación de la USP - Universidad de São Paulo, Daniela Finco, observó cómo los niños eligen espontáneamente todo tipo de juguete sin constreñimiento. "Los niños participaban en juegos como cuidar de la casa, cocinar, pasar ropa, cuidar de los hijos, que son vistas como funciones de las mujeres; "los niños intercambiaban y experimentaron los papeles considerados masculinos o femeninos durante los momentos de juego", describe la investigadora en el artículo "Relaciones de género en los juegos de niñas y niños en la educación infantil".
El estudio llevó a Finco a la hipótesis de que niños no poseen inicialmente prácticas sexistas o las reproducen totalmente de la forma en que son construidas por la cultura en el mundo adulto, pero van asimilando posición y jerarquía entre los sexos a lo largo de la permanencia en la escuela. Las instituciones, a partir de las concepciones naturalizadas y enseñadas por los adultos, es que "agrupan" a los niños. En este sentido, para la pedagoga, el profesional de educación infantil tiene un papel fundamental para garantizar que las relaciones puedan ocurrir de forma libre, sin cargos relacionados con un papel predeterminado que las niñas o los niños deben cumplir.
Relaciones horizontales
El investigador, artista plástico y educador Gandhy Piorski, en el libro "Juguetes del suelo: la naturaleza, el imaginario y el juego", describe la casita como un juego que presenta a los niños cuestiones de semejanzas y diferencias, proporcionando el cuestionamiento de jerarquías. "Incluso en un juego de casita en que padre y madre tienen puestos definidos, ocurre una continua ruptura de los papeles", afirma. Esto porque, de acuerdo con él, el juego suele establecerse entre pares-hermanos, amigos o vecinos de edades semejantes - lo que posibilita el establecimiento de relaciones más colectivas, participativas y horizontales.
"Así, no hay dominados ni dominadores en el juego. Cuando nacen, tales instituciones necesitan llegar a un pacto con todos los que juegan. En caso contrario, se los destituye de su papel de padre o madre . Prevalece la autonomía de cada uno en las diferencias. "Un campo abierto de la diversidad", relata Piorski. El papel del adulto, por lo tanto, sea en la escuela o en casa, en la opinión de Raquel Franzim, es sólo garantizar el espacio para que la imaginación del niño pueda manifestarse, para que la creación sea nutrida. "El adulto puede ampliar el abanico de elección de materiales, por ejemplo, dejando que objetos de lo cotidiano, como ollas, platos, incluso alimentos de verdad, formen parte del juego", sugiere.
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